Una (im)perfecta historia de amor francés.
Primera parte. Cómo y cuándo nos conocimos (nuestra primera cita).
Sí, también fue por Bumble. De los 300 primeros likes que tuve, elegí a 8 hombres para platicar a través de la app amarilla. Estaba cursando una maestría en arte, lengua y literatura en Lyon, cumpliendo mi sueño de hacerlo y haciendo, como me recomendó mi madre, lo que se me diera la regalada gana. Era la segunda vez que vivía en Francia, la primera en mi treintas.
Los chats con los hombres elegidos fluyeron cada cual con su propia personalidad pero con suficiente dinamismo para que con todos sintiera una relación conversacional en la que nos estábamos conociendo. Mi favorito era Guillaume, un pelón de 34 años con una sonrisa preciosa y una conversación divertidísima, bromeaba sobre lugares comunes mexicanos como las quinceañeras o los sombreros, y lo hacía de una manera que no me molestaba – lo digo porque me puede ofender el uso de estereotipos de cualquier región o nacionalidad. Era de Marsella pero vivía en Lyon y estaba a semanas de mudarse a Portugal, por lo que nunca contemplé conocerlo primero que a otros. Lo lamentaba. Su sonrisa: divina. Su voz también.
Me tocó de todo en los matches. Desde un mexicano que me invitó directamente a su casa a “ver Netflix”, hasta un francés que se llamaba Dubliner en la app y de otra forma en la vida real, de 37 años, que quería ir lento, conocerme bien e ir a donde yo decidiera, aunque al mismo tiempo me proponía planes para el otoño y el invierno. Hablábamos en francés, eso me encantaba porque me obligaba a practicar. Justo cuando llevaba unos días platicando con uno y con otro, con Rany (francés, 35 años), Victor (brasileño, 31 años), entre otros cuyos nombres no recuerdo y no tengo captura de pantalla, apareció el perfil de Pierre-Emmanuel (31 años). “Il vient de s’inscrire” significa “viene de inscribirse” o sea que acababa de entrar a Bumble, casi como yo.
Esto fue lo primero que le mandé a mi hermana:
Al parecer no me sentía muy capaz de seguir el ritmo de ocho conversaciones intensas. Era martes, o miércoles de mi segunda semana en Bumble cuando Pierre-Emmanuel y otro chico, quién sabe quién, me invitaron a salir. Me decidí por Pierre con una condición: tenía un concierto de música clásica en la sala Molière e iba a ir con mis amigas. Me dijo que sí, me preguntó de qué era el concierto. Yo la verdad no sabía muy bien pero le mandé un youtube, disque muy sabelotodo. Quedamos de ir por una copa antes del concierto y así le hicimos. Ese día me moría de nervios, y yo cuando me muero de nervios procrastino muchísimo. Era 3 de noviembre y habíamos quedado de vernos 6:30 pm, me parece. Claro que me había comprado un vestido y un par de blusas para mi primera cita con él y con los que siguieran. No por o para ellos, sino para que yo me sintiera mejor, como cuando un pavo levanta todas sus alas para presumir su belleza. Llevaba 3.5 años soltera, renovándome y sanando una relación profundamente transformadora, destructiva, tóxica y hermosa al mismo tiempo – si es que eso es posible (pero eso también es otra historia, una mucho más larga, con Ryan, estadounidense, 33 años) y ésta era mi primera cita con expectativas, aunque tampoco tantas. Eran 5 pm y yo no me había bañado, cuando sé que es un gran error porque el pelo no se me seca rápido - tengo mucho, es grueso y ondulado. No había comido, y lo peor: había empezado a menstruar (me encanta menstruar pero no en el día de una primera cita). A las 5 apenas estaba preparando mi comida y Maria, una amiga portuguesa, me estaba pidiendo consejos de quién sabe qué porque al día siguiente íbamos a ir a una villa medieval a pasar el día juntas. Como pude me zafé de la conversación y corrí a bañarme. Gracias al cielo y a mi previsión, sabía perfectamente qué iba a vestir: un vestido negro, medias, tacones no muy altos, mi chamarra favorita comprada en Rennes. Pelo natural, maquillaje: discreto.
Cuando iba saliendo hacia el metro Garibaldi que literalmente estaba a unos pasos del castillo en el que vivía (ahí era mi residencia estudiantil), Pierre-Emmanuel me avisó que estaba llegando. No me acuerdo qué le respondí pero desde entonces sentí su calidez. Me dijo que no me preocupara por el tiempo, que buscaría algún bar cercano al lugar del concierto y que me mandaría la ubicación. Yo estaba cerca pero de todas formas llegando al metro de Vieux-Lyon tenía que caminar hacia donde estuviera Pierrito y estaba lloviendo. Lyon viejo es hermoso pero es empedrado, es decir, es enemigo de los tacones y peor con lluvia, pero bueno. Yo seguía en el metro cuando me mandó la ubicación. Mientras caminaba por la calle empedrada intentando no caerme, tuve la intuición de que esa cita no iba a ser la única y que algo importante iba a pasar con él. Mi mente se metió en medio de ese presentimiento y me dijo que eran ideas fantasiosas típicas de la primera cita, y yo le hice caso. Total, era mi primera cita en años, evidentemente tenía derecho a fantasear y después dejar de hacerlo. El paso de los años me ha quitado un poco el romanticismo para ese tipo de situaciones.
Llegué al lugar, Barãgones. Desde que abrí la puerta supe de inmediato quién era él. Estaba sentado con la mirada hacia la puerta precisamente. Temblé. No sólo era guapísimo, sino que se veía educado y dulce, y paciente, y con su bebida. Me acerqué. Pierre, le dije, ya estaba de pie y se acercó a saludarme. Dos besos porque estamos en Francia. Si yo temblaba un poco, en él había un terremoto y no podía disimularlo. Como pudimos nos sentamos, estábamos súper nerviosos pero de esos nervios que no te impiden ser tú misma, o tú mismo — me están dando un poco de ganas de llorar mientras recuerdo y escribo esto. Hay algo que me lastimó profundamente de esa relación y no sé cuándo desaparecerá. Tal vez cuando me vuelva a enamorar, o será sólo que estoy escribiendo sobre esto y por eso mi corazón se acordó del dolor.
Mientras escribo, suena esta canción: [click en la letra para escucharla en Spotify]
Love is not a thing you try to do
It wants to be the thing compelling you
Love is not a thing you try to do
Sentada me quité el chamarrón que llevaba puesto. Después de todo ya era noviembre y empezaba el frío, aunque no el más duro. Él se ofreció a ponerlo en el perchero, claro que sí, merci. Platicamos. Platicamos de todo. De cómo lo corrieron del catecismo cuando era niño, de Normandía (su región natal), de Puebla, de México, de mi maestría, del francés, del español, de su intercambio en España. No podía dejar de verlo, de pasarla bien, de pensar qué clase de brujería era esa. Cómo era posible que mi primera cita en Francia, después de tantos años soltera, estaba siendo tan buena. Él se veía emocionadísimo y yo, yo no sé, pero me acuerdo que al principio me temblaban las manos y la boca para tomar mi cóctel. Había elegido algo con mezcal - fueron los nervios. El bar es bonito, y en esa época especialmente cálido, o no sé si son mis recuerdos románticos. Llegó la hora y decidimos ir al concierto. Nos estábamos parando cuando me pasó mi chamarra enorme y me preguntó ¿me permites pagar la cuenta?. De-rre-ti-da. Sí, muchas gracias, le dije con mirada amorosa. Y mientras yo me ponía la chamarra él fue a pagar.
Salimos hacia el concierto y nos tocó en el segundo piso. Ésta es la sala de conciertos Molière:
Como vimos que nos había sentado muy atrás nos saltamos dos filas de asientos para estar más cerca del barandal. Desde ahí me empezó a gustar más (sí, era posible). Un francés que salta las gradas de una sala clásica conmigo. Eso no pasa con frecuencia, aquí siguen mucho las reglas, pensé. Él saltaba primero y luego me daba la mano para ayudarme a saltar. Yo mido 1.59, él como 1.82. La diferencia era consistente. Después de una melodía vimos que había lugares disponibles en los asientos de la planta baja. Decidimos salir y entrar a esa parte de la sala. Para ese entonces yo ya me sentía más que entrada en la aventura con él. Nos decíamos cosas al oído, porque era música clásica, no un concierto de rock, y había que guardar la compostura, al menos en el volumen en el que hablábamos, y aún así no faltó uno que otro ssshh que llegó desde atrás. En ese momento ya me había dejado de importar mucho ver a mi amiga, que había ido con su pareja, y estaba ahí adentro. La otra amiga había cancelado al darse cuenta que era la única que iba a ir sola - dommage. Hasta ahora no sé si el concierto realmente fue aburrido o no, pero sí estoy segura que prefería salir con él. A la media hora más o menos le pregunté cerquitita del oído (cosa que nunca, nunca había hecho en una primera cita – hablar así de cerquita) ¿y si nos salimos? Me miró con complicidad y me dijo síííí en bajito. Tomamos nuestras chamarras que estaban acomodadas en los asientos y nos salimos. Pasé al baño a lo normal pero también a corroborar que todo seguía en su lugar: pelo, maquillaje, lipstick, cero brillo en la frente. Todo bien. Salí. Él me esperaba. Se puso su tipo bufanda, se cerró la chamarra y salimos a la calle. Empezamos a caminar. Hablamos más. Hablamos de sus amigos, de la migración, de nuestros conciertos favoritos. Teníamos hambre pero yo ya había caminado mucho. Pasamos por túneles, por puentes, cruzamos calles. Caminábamos al lado y a los alrededores del río Saona. Cuando cruzamos un puente color rojo pensé, ay aquí que me intente besar y yo hago como que wow, jajaja. No pasó y eso me gustó más.
Me acompañó de regreso al metro Vieux-Lyon. En la entrada él cerró su sombrilla que ya nos había cubierto toda la caminata anterior y se acercó a despedirse de dos besos en cada mejilla y un abrazo. Me pidió que le avisara cuando llegara, le dije que él también. Me fui en metro a mi residencia, aunque me gusta decir que regresé en metro a mi castillo, jajaja y mientras pasaban las estaciones, y yo estaba vestida ahí de negro, con mi vestido, mi bolsita con cadena color dorado, mi pelo bien acomodado, pensé en lo que acababa de pasar. Una noche romántica sin besos. Me encantó. Una verdadera primera cita con un hombre que me acababa de encantar. Pierre-Emmanuel, más adelante llamado mi amor o Pierrito.